Atoni Pascual entrevistado por Montserrat Batlle

Jesús, sueño de Dios, azar de la historia,
frustración de los discípulos, poema del hombre

Sucedió al fin de un seminario sobre Màrius Torres. Una periodista, que en aquel entonces se estrenaba (de eso hace casi dos años), quiso entrevistarme para un semanario “new age”. No me negué, la conocía y sabía que podía fiarme de su buen hacer y de su objetividad, como también de su conocimiento del tema. Realizamos la entrevista ante una grabadora, en un parque del pueblo donde vivo. Al cabo de unas semanas me la envió ya transcrita. Pude comprobar su fidelidad e inteligencia de lo dicho y la nula distorsión. Pero, al leer lo “hablado”, me di cuenta de la diferente comunicación. En lo hablado está lo sobreentendido, la mirada, el tono, el gesto… Nada de eso es reproducible en lo escrito. Tomé el texto y lo reescribí, añadí, corté, pulí, maticé. En el horizonte, de una forma más o menos preconsciente, estabais los de la “diáspora”. Al fin, la entrevista no se publicó y los amigos de los “Cuadernos” me la piden. Creo que, en conjunto, es una mirada al camino recorrido en veinticinco años, con sus traspiés, sus errores, sus dudas, sus merodeos… y sus aciertos (que también los hubo, por la gracia de Dios). Una quintaesencia de lo vivido y pensado por alguien que, en su juventud, ante hechos, personas y situaciones muy concretas e íntimas, se sintió cuestionado por una pregunta que no encontraba respuesta: “La Iglesia perdona, pero no cura. Jesús perdonaba y curaba. ¿Qué ha sucedido?” La respuesta tardó años. Y desde que vino han pasado otros veinticinco. Gracias a esa periodista, Montserrat Batlle, pude expresarme.

Y ahora lo pongo en vuestras manos y lo expongo a vuestra comprensión. Dejando aparte algunos añadidos, lo transcribo tal cual. Con una intención, dicha con palabras de Légaut: “decirse para encontrarse; comunicarse para entrar en comunión”

– ¿Por qué concretamente estos tres poetas: Rilke, Machado, Màrius Torres?

– Porque en ellos adivino lo “nuevo” y, sobre todo, lo “original” que quiere emerger, hacerse consciente, y que desata tantas crisis individuales y colectivas: dos guerras mundiales, paro, droga, resquebrajamiento del matrimonio y de la familia tradicionales… Esto “nuevo” y más cercano al origen –el poema como nuevo paradigma de la vida humana, la evolución de la conciencia humana como “conciencia poética”, es decir, creadora y descubridora de la realidad como belleza–, se me manifiesta para Europa en Rilke, para la Península en Machado, para Cataluña en Màrius Torres. En ellos se evidencia el poder, el poder de sentirse vivo y feliz a pesar de todo, a pesar de las circunstancias –más bien desastrosas que tuvieron que vivir (fíjate que son tres poetas “derrotados”). Su figura contrasta, blanco sobre negro, con la de los dictadores, cuyo poder reside en la masa y que han asolado la primera mitad del siglo XX. Estos tres poetas, desde el punto de vista religioso, representan una reforma muy radical frente a otra dictadura: la de las religiones colectivas, especialmente entre nosotros –y lo digo con dolor, porque me siento de la familia y no reniego de mis orígenes– del catolicismo jerárquico. Estos tres poetas son mis puntos de referencia para acercarme a esa potencia que está en cada ser humano, aunque bien escondida… y a veces mucho. Lo podemos llamar “inconsciente” en lenguaje psicológico. Quizá lo podemos llamar también “Dios” en lenguaje teológico. Dos palabras para nombrar lo indecible y que, cuando podemos relacionarnos con ello, la realidad se nos transfigura, se vuelve bella, la descubrimos como creación.

–¿Qué encontró en los poetas que no encontró en la religión?

– En los poetas he encontrado lo mejor de la religión, es decir, el Espíritu, aquello que inspira y fortalece ante los retos concretos de la vida. Para mí es esencial la inspiración, la moción y la energía del Espíritu que nos libera poco a poco del tirano interior, en y ante los retos concretos de la vida, cada cual la suya, a fin de asumirlos humanamente, aprender de ellos, crecer, curarse, reencontrarse…

– ¿Estamos ahora huérfanos de este espíritu que antes encontrábamos en la Iglesia?

 – No, no encontrábamos “espíritu” en lo que se llama Iglesia, a no ser por azar. En la Iglesia, mejor dicho, en la institución eclesiástico-clerical solía haber y hay autoritarismo y servilismo (mal llamado “obediencia”). El Espíritu es justamente lo marginado por el poder religioso desde que la institución eclesiástica accedió al poder con Constantino. Vinieron entonces ideologías, concilios, dogmas, hostilidades, culto a las palabras, cismas, herejías, guerras de religión, inquisición, cruzadas… Se fabricó un mundo religioso aparte; en vez de ser un poco de levadura en la masa, pretendió ser masa aparte. Hay dos masas, ahora, pero no hay pan; vivimos colectivamente una vida masificada… Todo ello contrasta vivamente con el Espíritu que une consciencia e inconsciente: el gozo, la energía, la libertad, la captación del Sentido están en lo inconsciente. El Espíritu está “entre”. La institución eclesiástica pretende ponerse “sobre”. Mira, con la Iglesia me siento como Hamlet ante su madre, que se ha casado con el asesino, así de claro, de su Padre, es decir, se ha casado con el poder con minúscula (eligió mal su partido). Para la Iglesia, tal como está, “Dios ha muerto”. Porque Dios no está “sobre” sino “en”. Y se ha quedado sola, como “viuda sublime”, con un poder cada vez más ajado.

– ¿Por qué la Iglesia no ha querido apoyar al individuo?

 – Mira, no me gustaría quitarle la tranquilidad a nadie. Pero tampoco quiero callar lo que siento como “verdad”… Desde la caída del Imperio romano, la Iglesia, antes perseguida, se consideró como su heredera. Había que domesticar, moralizar la gran masa bárbara. No se escatimaron medios: la amenaza, la culpa, la vergüenza, el miedo al infierno… Fue su gran Error, quizá inevitable, y, por lo visto, el gran Fracaso: el bárbaro reprimido, pero no redimido, ha vuelto a alzar la cabeza. La verdad es que la levanta continuamente. Al poder le interesa el número. El individuo para el poder no cuenta, es un grano de arena en una inmensa playa. Si en él se da la experiencia revolucionaria de lo transcendente, del Absoluto, como en el caso de Ignacio, de Francisco de Asís…, primero lo persigue, después lo reconoce y, finalmente, lo pone al servicio de su poder y de su gloria. Con todo, lo que se llama Iglesia ha transmitido unos textos que, bien leídos, con todas sus limitaciones de época y de mentalidad, en realidad la “juzgan”. Quizá sea éste su mérito.

– El individuo se siente perdido, a menos que no encuentre a alguien que le dé otra interpretación más propia de su vida y de su identidad…

– Hemos pasado de un infantilismo cultivado a propósito desde la niñez a tener que afrontar unos retos individuales y colectivos que requieren mucha madurez. Por esto hay tanto derrumbe; el individuo se encuentra ante unas exigencias que cree que lo superan… cuando no lo superan realmente. Hay un texto de san Pablo que dice “no seréis probados más allá de vuestras fuerzas” y esto es verdad, pero sólo si uno se encuentra en este orden, en un camino de “espíritu”, de búsqueda y espera, de plenitud, de realidad, de belleza… Por esto se necesita una nueva experiencia espiritual, de robustecimiento y de iluminación del hombre interior… Esta experiencia de atracción, de vida nueva, de luz, de ganas de vivir, es posible. Del Espíritu puede y debe esperarse el milagro íntimo, la salida del aislamiento, la entrada en el mundo bello y sereno de la creación, el asombro ante el Misterio captado y reconocido…

 – El pecado…

– Ha habido una gran sugestión de pecado; se “creía” en el pecado y en el castigo. De aquí un sentimiento paralizante de culpa y de miedo, de vergüenza propia y ajena, insistentemente cultivado. En cambio, se ausentaba otra dimensión más allá del pecado: la fe en la radical inocencia del ser. La Iglesia, no sólo la católica, ha sacralizado la conciencia de culpa: ¿quién puede presentarse ante el Omnipotente, con un poder entendido al modo feudal y distante, sin sentirse avergonzado? Y ha sucedido lo siguiente: porque se nos ha hecho creer que éramos malos (y nos lo hemos creído, ésa ha sido nuestra aportación)… somos malos. Hemos olvidado aquello de Pablo: “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”. Colectivamente, vivimos en el infierno de la culpa y de la vergüenza. La verdad es que al infierno no va nadie. En el mejor de los casos, uno va saliendo poco a poco de él.

–¿Crees que deberíamos poner más nuestro destino a disposición de algo superior?

 – El destino, la vocación, la misión propia –cada uno tiene su “misión”–, está en lo hondo inconsciente de cada uno. Se trata de descubrir e interpretar el lenguaje del inconsciente que quiere manifestarse a la conciencia. En la teología que yo estudié no se hablaba para nada de los sueños, del azar, como posible manifestación de Dios a la conciencia… Naturalmente, era una teología no para el crecimiento, sino de y para dictadores, para defender y justificar una situación de hecho. Era una teología de y para el poder que corrompe todo lo que toca, el sexo, por ejemplo. ¿Es un “pecado” contemplar la propia y ajena desnudez, acariciar el templo del Espíritu, sentir la presencia táctil del otro en la ternura, la libertad, el placer? ¿Es pecado penetrarse, fecundarse mutuamente en el gozo y la paz, más allá de la ley y del contrato…? He aquí el pecado contra el Espíritu de la institución eclesiástica que ya evocó Nietzsche. “Tanto si coméis como si bebéis, dad siempre gracias a Dios”, recordó crípticamente Pablo de Tarso. Este lenguaje, esta llave del inconsciente, normalmente cerrado, la tienen los poetas. Son portadores del símbolo: el inconsciente es sensible a la belleza, se abre ante el placer, el canto y la alabanza (no ante la adulación). Es verdad, la institución eclesiástica celebra, pero, ¡cuánta pobreza, cuánto aburrimiento, cuánto decaimiento en esas misas de los domingos! Es la consecuencia, creo, de haber sustituido la iniciación por la obligación. Se habla beatíficamente de “comunidad” y allí nadie se conoce.

 – ¿A quiénes destacarías dentro de la religión cristiana?

– Evidentemente, a los que han llegado a “crear”, que han soportado el peso de la institución, sin dejarse aplastar. Pero ese tiempo, creo, ha pasado. Hoy necesitamos practicar una radical “desobediencia religiosa” junto a una cierta “desobediencia civil” (frente a la dictadura del Estado). No se trata de ir contra nadie ni contra nada, sino de seguir, a pesar de todo, a favor de todo, la propia exigencia interior, la intuición y las ganas que nos vienen de lo hondo, asumiendo el riesgo y el aprendizaje de equivocarnos, claro. Apunto ante tu pregunta a la impresionante teología de Karl Barth y a la experiencia que hay detrás. En el extremo opuesto, la obra, por lo demás extraordinaria, de Marcel Légaut; en ella se genera el paso de una religión autoritaria a una religión “de llamada”. Ambos, desde puntos de partida opuestos, se centran en Jesús de Nazaret y en su impacto transformador, único… Me atrevo a sugerir con un “mayores con reparos” la renovación carismática, pero desconozco sus caminos desde hace unos veinte años. Y seguramente esa ejercitación espiritual tan sólida, tan paso a paso, que se llama Curso de Milagros. Personalmente, nunca agradeceré lo bastante haber conocido y tratado asiduamente al doctor Jaime Bofill i Bofill, hijo de un gran poeta, durante el último año de su vida.

– Los poetas, ¿son los maestros espirituales en la actualidad?

 – Con los maestros espirituales clásicos se corre el peligro de no entenderlos, para encontrarse luego con que “obedeces” a alguien que no eres tú mismo. De ellos hay que quedarse con lo que resuena en uno. El poeta, en cambio, no te enseña nada directamente, canta, y contagia la canción; en la que nos hace vibrar, se experimenta la inspiración, se descubre la propia, la sorprendente vibración, su grandeza, su belleza. Esa experiencia cura, endereza, orienta… Entonces, uno debe decirse: “¡Ése soy yo. Así soy!” Fíjate que Jesús no dejó nada escrito. Es una presencia, una fuerza sutil, dulce y firme. No dejó nada escrito, pero se reconoce su “aire”, su estilo, su espíritu, cuando pasa. Es infinitamente más que una doctrina: es la Presencia… que nos pone en contacto con nosotros mismos. Es Poema del hombre bajo la moción de Dios. Es el Sueño de Dios ya realizado que se convierte en Poema del hombre y de la mujer bajo la inspiración de los que en Él –y en sí mismos– creyeron. Finalmente, es el espejo donde podemos contemplar nuestra realidad oculta: “Busca en tu prójimo espejo” recordaba Antonio Machado.

 – ¿Hay un Dios creador?

– Hay una inteligencia creadora, una voluntad creadora, una acción creadora que pasa sutilmente a través del ser humano y que pide, solicita su complicidad. El ser humano, en su largo camino, no está solo: tiene acceso experimentalmente a esa Mente, a esa Acción, a ese Amor incondicionales que tienden a darse y mostrarse, siempre discretamente, en lo hondo de los acontecimientos con su enigmática ambigüedad y en su misteriosa conexión, sólo perceptible para el espectador que se convierte en su testigo. Es un camino secreto y particular para cada uno… Y no sólo creador, sino sanador, reconciliador de uno consigo mismo y con los demás, con la naturaleza. Es preciso recorrer las propia biografía, leyéndola en clave distinta a la usual (que suele ser siempre la misma –“¡cuánto mal me hicieron…!”), para reconocer el “paso” de Dios en la propia vida. A eso lo he llamado “terapia autobiográfica”. Aquí, en el santuario de la propia vida – no hay otro– podemos encontrarnos con el Evangelio, con algo que quiere acontecer y que acontece como buena noticia que a veces comienza con un dolor que parece insoportable.

 – Jesús…

– Te decía que Jesús, Sueño de Dios, puede comunicarse a través de los sueños humanos. Y se comporta como el Poema: al leer un poema, al sentirnos “tocados” por él, nos ponemos en contacto con nosotros mismos. Fue y es también Poeta –su Dios es todo belleza–, el gran transfigurador de la realidad porque lo es de la conciencia (Rembrandt, a sabiendas o no, fue uno de sus discípulos; supo descubrir la belleza hasta encontrarla incluso en un buey desollado). Oscar Wilde lo descubrió así en la cárcel de Reading, como poeta, como transfigurador de la realidad, como alguien que va mucho más allá de lo únicamente religioso: Jesús significa la aparición no de un creyente, de un adepto, de un “cristiano”, sino del “hombre nuevo”, transformado, que ha recuperado su estado paradisíaco, su identidad, después de haber pasado por el desierto-infierno de la separación y de la dualidad. Jesús como sueño, como poeta y como poema, entre la conciencia y la profundidad inconsciente, como el símbolo por antonomasia.

– ¿Qué quieres decir con esto del símbolo?

– El símbolo, inseparable de su experiencia, es aquella imagen que me suscita una profunda emoción, es una imagen cargada de energía del inconsciente. Es un espejo del Yo profundo que habita en cada ser humano. Cada experiencia simbólica es una experiencia del Ser aquí y ahora. Por eso nos impresionan tanto ciertos sueños, porque están cargados de símbolos. En el símbolo, lo simbolizado se hace presente (no así en el signo). Jesús es el símbolo por antonomasia que se presenta en lo cotidiano. Con la experiencia de Jesús, el símbolo por antonomasia, se experimenta la propia profundidad y, en ella, la experiencia de Dios y del mundo como creación. Todo esto puede ser instantáneo, y al mismo tiempo puede costar toda una vida de búsqueda… y espera. Para empezar a entender lo vivido en nueve meses, durante los cuales fui testigo de la excepcional curación de una persona desahuciada por los psiquiatras con la que conviví unos meses, he necesitado muchos años. Rilke y Nietzsche, después Jung y Machado –no me olvido de Màrius Torres–, me han ayudado mucho para captar algo de Jesús, del horizonte en que se mueve y de lo que allí aconteció. A fuerza de muchos años he comprendido la contraposición Jesús-Gran Inquisidor de Dostoyevski y te puedo decir que la experiencia y la creación del ruso fue algo excepcional. A Jesús lo hemos querido entender como Dictador, desde el horizonte del que “dicta” lo que hemos de hacer, sentir y pensar, desde el horizonte del “emperador”. Algo así como si hubiéramos estado poseídos por el Diablo. Sonriamos un poco. La sede del “Diabolon” –lo que separa, lo contrapuesto al “Symbolon”– habría que buscarlo más bien bajo la cúpula del Vaticano, sobre todo. No obstante, la institución eclesiástica sirve para entender a Jesús…, por contraposición y contraste, blanco sobre negro. Porque Jesús, históricamente, representa la viva protesta ante la religión colectiva, por más revelada que se pretenda. Y lo hace en nombre de Dios, porque “su” Dios quiere ser padre-madre, origen directo de cada uno; la relación entre el ser humano y “su” Dios es inmediata; Dios no soporta ningún intermediario definitivo entre él y “su” Hijo, entre Él y Él mismo. Jesús no convalidó la ley ni el templo como “mediadores”. En cambio, se comporta, en cuanto Símbolo, como un catalizador que posibilita la alquimia entre conciencia e inconsciente, por lo menos para el individuo occidental. No es ningún fundador religioso, sino un maestro iniciático que orienta, acompaña, alienta e inspira en el duro bregar hacia la propia identidad a través de las “pruebas” de toda índole que nos va presentando la existencia. Muestra el camino hacia la toma de conciencia del inmenso potencial que está en el centro de cada individuo y es el espejo donde poder contemplar, “ver” nuestra realidad oculta. Quizá no conoces nada, pero te sientes increíblemente conocido e incondicionalmente aceptado. “Conocer” es ser conocido. “Sentir” conocimiento, una bella expresión de Ignacio que Bofill recordaba, es sentirse conocido.

– Consideras el absurdo que vivieron esos poetas en sus biografías que antes has mencionado como una posible revelación y liberación. ¿También Jesús vivió el absurdo?

– La gracia de estos poetas históricamente “derrotados” fue adivinar en el absurdo un sentido muy propio, muy escondido, muy reprimido. Aquí son auténticos “maestros”, pues el absurdo (como también la frustración, aunque en menor grado), en cuanto se vive como aquello que no tiene sentido ni puede tenerlo, aparece en toda vida humana: paro, enfermedad, tribulación, guerra, los padres que se han separado, el hijo que se droga, la muerte de la persona que amas y con la que has convivido en felicidad creciente… Hay que aprender a mirar ese absurdo de frente, porque algo en mí ha atraído esa situación para aprender algo, para descubrir quizás algo muy real, muy propio e íntimo, muy escondido, muy esencial. En el absurdo, puede estar escondida la raíz de la propia identidad y misión, bien enterrada, bien sepultada (por eso es tan doloroso). Si somos capaces de encontrarle sentido al absurdo, a lo que aparentemente no puede tener sentido, todo, entonces, tiene sentido… Jesús vivió el absurdo de su muerte patibularia en el fracaso más absoluto. Mostró su sentido oculto, despertar a los discípulos de sus sueños mesiánicos y restauracionistas, plantarlos ante su propia soledad y ante su propio poder. Y más allá: que la muerte con que morimos y por la que matamos, que tanto miedo nos da…, no existe. Y, sobre todo, la frustración y el absurdo lo vivieron sus discípulos: si ese hombre muere de esa manera, ¿queda alguna razón para no suicidarse? ¿Queda alguna esperanza para este mundo y para esta historia? Por otro lado, el grito de Jesús “¿Por qué me has abandonado?” es, sobre todo, su grito, el grito de los discípulos después de la muerte patibularia. Los discípulos esperaban al Hijo de David, al Rey de Israel. Y se encontraron con un rey no sólo vencedor, sino derrotado; no sólo derrotado, sino muerto; no sólo muerto, sino ejecutado. Esperaban al rey de Israel y se encontraron, sólo, con el Hijo de Dios, de un Dios así.que se encarna en la peor de las muertes y en el colmo del desamparo y que, por lo mismo, es esperanza para todo ser humano.

– ¿Crees en la reencarnación?

– Ni creo ni dejo de creer; constato que hay distintos grados de evolución. Veo elementos congruentes, pero creo, porque la experimento, en una unidad de la historia que llevamos en nosotros, que nos lleva; somos herederos de historias del pasado que continúan, que se encarnan y prosiguen a través nuestro. La humanidad va tomando conciencia progresiva de formar un todo… (El éxito de Internet es justamente la posibilidad de una comunicación sin límites espaciales. Fíjate: un ordenador no conectado se conecta y ¡qué distinto se ha de sentir su propietario! Es toda una parábola de la mente misma…). Formamos una historia en la cual están implicados los vivos, los muertos, los que aún han de nacer y, seguramente, los seres de otros universos. Cada ser humano es ese Todo… El concepto de reencarnación, tal como suele entenderse, me hace sospechar una cierta regresión a esquemas diminutos, pequeños, aislacionistas, como si el ser humano fuera una entidad aislada… Cada conciencia humana tiene acceso por lo hondo a un océano de conciencia que lo abarca todo y sobre el cual puede influir. Nos sentimos aislados, pero en realidad estamos comunicando nada menos que con…Todo ¿De dónde, si no, esas misteriosas telepatías, esas comunicaciones a distancia que menudean más de lo que creemos?

– ¿Hay seres más evolucionados que otros espiritualmente?

– Cuando Colón descubrió América, toda Europa la descubrió. Quiero decir que, cuando una conciencia ha madurado, ha realizado nuevos aprendizajes, descubierto nuevas leyes y atajos de la vida, eso se transmite a toda la conciencia colectiva por vías misteriosas, pero no por ello menos eficaces. Es esa levadura que hace fermentar la masa…

– El hombre aún no tiene esta conciencia de unidad muy manifiesta…

 – Sin embargo, es progresiva. Si se lleva a cabo una explosión nuclear en la Polinesia todos protestamos, no sólo por solidaridad con los polinesios, sino porque sabemos que eso nos afecta a todos. La fraternidad universal, es decir, la experiencia de ir todos en el mismo barco, de hundirnos con él o de disfrutar navegando y ayudarnos en esa navegación, ya no es sólo una hermosa palabra. Empieza a ser una experiencia.

– ¿Cuál es tu objetivo o misión?

– Me temía la pregunta… Personalmente considero importante, quizás esencial, aclarar un profundo malentendido respecto al cristianismo. Ésta ha sido mi experiencia: descubrir, a través del “loco” y del “poeta”, la tremenda desviación, a veces homicida, del cristianismo histórico a partir de Constantino hasta hoy… y mañana; y, al mismo tiempo, la verdad, la absoluta verdad del evangelio. En un momento crucial de mi vida, en la que me lo jugaba todo literalmente a cara o cruz, fui testigo directo de cómo el evangelio y una actuación evangélica, quizá nada “cristiana” en el sentido moralista de la palabra, pudo curar de una forma nada esotérica lo ya desahuciado por la ciencia. Fue y es así. En el evangelio, adjetivado por Pablo como “energía de salvación para todo el que cree en él” –fíjate, energía, no doctrina– hay un potencial enorme, quizá sin límites; en él late una extraordinaria fuerza de sanación, de curación, incluso psíquica y física. Pero, por alergias muy explicables, por falta de visión crítica, por afán de novedad, por servilismo ante las modas, por aquella tan explicable psicología del adolescente que encuentra gracias y bondades en todos los padres de sus amigos, menos en los suyos propios…podemos perder un lenguaje, una experiencia, una fuerza y una sabiduría que, siendo muy nuestra, aún hemos de descubrir. Sin embargo, sé que es muy difícil encontrar el evangelio a través del cristianismo histórico y colectivo. Tomás de Aquino, nada sospechoso, decía que la corrupción de lo óptimo… es pésima.

 – ¿Crees que la Iglesia podrá rectificar?

– La institución y los que a ella se aferran… no sé. No obstante, en la institución siempre hay individuos en cuya realidad se puede creer y que en ella buscan sinceramente la “Iglesia oculta”, aquella comunidad secreta y real que yace en lo profundo y requiere soledad. Otros aceptarán o han aceptado ya su muerte como “poder”, como miembros de una inmensa multinacional. Para ir recuperando la experiencia original hay que arrumbar en la medida de lo posible y con un respeto total por las personas concretas, el clericalismo, el sacramentalismo (sucedáneo del “símbolo”), el doctrinarismo, el moralismo… Jesús ha de dejar de ser un puro nombre y de ser visto como Pantocrátor dominador para convertirse en lo que fue para sus discípulos: una experiencia de ruptura respecto a la religión “tradicional”, una infinita transformación hacia la propia identidad feliz. Revivir la singular experiencia de que “Dios”, “su” Dios, está ligado a la felicidad concreta de la personas, no al poder ni a la gloria de las instituciones, por más sacrosantas que parezcan o sean. La Iglesia está llamada a ser aquella comunidad (el polo opuesto de un rebaño de entidades anónimas, yuxtapuestas), aquel espacio de libertad y creación “donde planea el Espíritu de Dios”, donde lo inconsciente profundo se hace consciente, el lugar donde se va descubriendo el propio carisma, ser y misión. La pregunta decisiva creo que es: ¿cuándo, dónde, cuántos en la Iglesia curan enfermedades psíquicas, físicas, espirituales? En cada celebración eucarística no ritual podrían darse este tipo de curaciones y experimentar “la poderosa energía de resurrección” de la que habla Pablo…Todos o casi todos los movimientos espirituales que lo pretenden (y muchas veces lo realizan) se sitúan al margen. Pero el evangelio, como acción, no como texto, es, ante todo, energía de curación, de sanación, de “salvación”. Cuando esto no existe, ¿qué hay? El milagro podría ser una experiencia cotidiana… ¿Por qué el dios eclesiástico es tan aburrido? Ese dios “único”, monopolizado, soso, incita al pacto con el diablo…, sin duda, más estimulante, o, por lo menos, más divertido. “Por causa vuestra, el nombre de Dios es ridiculizado entre las naciones”, decía Pablo.

 – Los evangelios…

– Evangelio significa “buena noticia”, viene de una experiencia previa a la fijación de los textos y de la doctrina…, es energía, fuerza, de Dios que viene de más allá de todo y que actúa en todo, en el amigo y en el enemigo, en lo bueno y en lo malo, para sanar, enderezar y regenerar. Nietzsche, en nuestro tiempo, ayuda a entenderlo y a entender la ruptura necesaria con lo tradicional: intuyó que una nueva fuerza regeneradora estaba viniendo. Algo que surgía de lo hondo, un “dios” en él que le convertía a su ateísmo respecto a todo dios colectivo y masificador, un “dios” más allá del bien y del mal. Se dio cuenta de que frente a la coacción y la culpa, unas simples nubes, existía el cielo de la inocencia, del azar, de la alegría… Entre nosotros, Joan Maragall entendió muy bien su mensaje. Pero… todo sol genera sombra; después de Nietzsche tenía que venir el nazismo. Después de Jesús de Nazaret… el Vaticano, con toda su rigidez y su falta de humor. Junto al sol del poeta , la sombra del dictador como su contraste. La dictadura es una entidad de piedra, el poeta es, en cambio, una semilla. Machado, por ejemplo, visceralmente amado por gentes sencillas, aún recibe cartas en su tumba de Collioure, donde hay un buzón y alguien las recoge. Aquí está el poder… “Una causa tanto más poderosa es cuanto más íntimo es su efecto”, repetía Tomás de Aquino. Por otra parte, los “evangelios”, que no son doctrina, sino, sobre todo, recuerdo y testimonio de esa “fuerza”, ayudan a ponerse en contacto con el Evangelio, con esa energía que sana y salva. Pero no hay que buscar en ellos doctrina o imperativos, sino imágenes, imágenes cargadas de energía y, a la postre, de Presencia. En realidad, están acuñados con material onírico, simbólico y arquetípico. Al introducirnos en ellos, en esos pasajes que nos llaman sobre todos los demás, nos podemos poner en contacto con la Presencia que los habita y que puede habitarnos. Para interpretar los evangelios, mejor, para que ayuden, hay que recurrir al sueño y al trabajo con los sueños. Son como sueños que buscan su forma. Son sueños arquetípicos de la humanidad que se vierten en forma de poemas. No hay que interpretar, sino revivir y adivinar. Y ello en el contexto de mi situación presente, de mi vida. Entonces, hablan ¡y con qué fuerza!… A este respecto no me resisto a citar un conocido poema de Machado para aplicarlo literalmente a esas escenas evangélicas oníricas (y que, posiblemente, a través de sueños fueron comunicadas): Y podrás conocerte, recordando del pasado soñar los turbios lienzos, en este día triste en que caminas con los ojos abiertos. De toda la memoria, sólo vale el don preclaro de evocar los sueños.

– ¿Cómo es el Dios que transmiten los poetas?

 – El Dios del poema y del poeta no amenaza, no castiga, no pide sacrificios, al contrario (“tomad y comed”), nadie ha de salir perdiendo. Actúa en sentido contrario al dios de la colectividad: inspira y fortalece ante los desafíos de la vida, hace que aflore lo reprimido y “sacrificado”, lo que mutilaba. Es energía que hace vibrar, temblar, gozar. Puede haber dolor, pero son dolores de parto que se olvidan por la alegría del hombre nuevo. Este “Dios” es inseparable del ser humano; está con su paz en lo más hondo de la conciencia y su obra es belleza. “Sólo sé que me elevo desde un calor que es suyo”, dice Rilke. La verdad, con este “sólo sé” le habrían suspendido en cualquier facultad de teología, donde los alumnos, por otra parte, suelen helarse de frío y de exégesis…

– El poeta… pero, ¿y el pintor, el músico?

 – Me refiero al creador de belleza cuya vibración me hace estremecer, me suscita fe, entusiasmo, pasión, lágrimas o una honda, serena, dulce emoción. En esa experiencia me reconozco. Es lo mismo. Yo hablo del poema porque en él hay un elemento, la palabra, que habla también a la inteligencia, al sentimiento, a la imaginación, a los sentidos. Pero en un Van Gogh, en un Greco, en un Velázquez, en un Goya, en un Modigliani, en un Chagall – hablo de los míos– encuentra un medio. Cierta vez me enteré de quién era –alguien intensa, potencialmente feliz, como todos– escuchando a Mozart y, en otra ocasión, y, por cierto, de duelo, contemplando un cuadro de Turner.

– Entonces, ¿sólo a través de la cultura encontramos a Dios?

– No, a Dios, como a nosotros mismos, lo encontramos en medio de la vida cuando la asumimos correctamente, humanamente. Para hacerlo, creo que hay una trilogía muy sólida, muy humana, que no se puede separar: el cultivo de la tierra, la creación de cultura y la celebración del culto. Esta triple dimensión, de una forma o de otra, ha de estar presente en toda vida humana que quiere serlo: “Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?”, preguntaba Antonio Machado en un verso total. Esta triplicidad-unidad crea una solidez extraordinaria, da consistencia a la vida. Hoy se viven disociadas: al campesino, al cultivador, por falta de reconocimiento a su dignidad y necesidad, no se le honra, no se le pagan sus “honorarios”, y deserta. El culto, de hecho, cuando se sacraliza, se generaliza, se ritualiza, a menudo tiene poco que ver con la cultura y con el cultivo. Y ese universitario, que nada sabe del cultivo ni del culto, con la cabeza llena de abstracciones… Cultivo que es la base, el alimento, el paradigma; cultivarse, que eso es la cultura; en el culto reside el sentido de la cultura y del cultivo: es el agradecido, el asombrado caer en la cuenta del Misterio de la vida. Sin la percepción del Misterio todo se vuelve, al cabo, miseria. Goethe invirtió diez años de su vida cultivando su jardín de la Gartenhause de Weimar. Sólo después, reinició su tarea de escritor y se convirtió, sin saberlo ni pretenderlo, en educador de su tiempo.

– ¿Qué es para ti el inconsciente?

– Quizás el redescubrimiento esencial de nuestro siglo (en realidad, lo descubrieron los románticos después de la Ilustración y de su racionalismo). El mérito de nuestro siglo, de Freud, de Jung, de sus respectivas escuelas y secuelas, ha sido darle estatuto científico, quizá demasiado. Lo conocían ya los autores bíblicos, ente otros: la Biblia es su gran documento. Yahvé surge de lo profundo y se comunica en y a través nuestra hondura… por primera vez. El alma penetra en la conciencia y el antes des-almado se convierte en un ser humano, capaz de sentimientos nuevos, de emociones inéditas, de alegrías nunca experimentadas, surge un nuevo futuro, un mundo abierto, con futuro… Mira, estoy leyendo el libro de una psiquiatra con mucha experiencia que abunda en todo esto. Se llama “Fuego en el alma” y ella Joan Borysenko. La intención de la depresión quizá sea caer para llegar al fondo –la depresión siempre tiene límite– y volver a subir transformado, viendo los cielos abiertos, una especie de bautismo por inmersión. Ahora bien, es preciso no quedarse a media caída. La depresión te lleva al alma y el alma te lleva a todo. Juan de la Cruz hablaría de una noche oscura, oscurísima, que prepara un alba, una vida nueva, una experiencia de lo indecible e infinitamente feliz. Para que una persona pueda afrontar la depresión, en cuanto “prueba” y “transformación”, debe estar, al menos, informada del funcionamiento de la mente, del arte de limpiarla, del mal de la negatividad, de la fuerza de la alabanza, del sentido de las crisis… ¿Dónde se enseña eso? Para mí hay algo muy cierto: nuestra tristeza vivida a fondo nos puede convertir en transmisores de alegría y de goce… reales. La depresión, que es una caída vertiginosa en la impotencia, puede transformarse, cuando llega al límite, en vuelo feliz. Lo que pesa y cae, dice Rilke, es lo que se atrevió a volar antes que ningún pájaro…

–¿Por qué tantos, cuando se sinceran, confiesan que su vida les aburre?

– Bien, aquí la etimología ayuda. La palabra aburrirse viene del latín “se abhorrere”, aborrecerse, tener horror de uno mismo. Esto sucede cuando no estamos en nuestro centro, en nosotros mismos, en la propia energía. En este sentido, uno deja de aburrirse cuando atiende a sus sentidos, a todas sus sensaciones “ahora”, cuando observa qué sentimientos producen y así, a través de lo que sentimos, silenciamos una forma de pensar que siempre nos deja un presente vacío, aburrido…Creo que la única salida posible del aburrimiento –aparte de la barata, de la diversión o la de cierta forma de trabajar– es reunir valor y plantarse ante él, vivirlo, sentirlo, pesarlo, medirlo, localizarlo en el cuerpo, visualizarlo…Porque tras él puede haber algo muy potente, muy energético y muy real.

 –¿Por qué las relaciones entre personas suelen ser tan conflictivas?

 – Creo que en nuestras relaciones de pareja, sobre todo, se exterioriza a menudo la mala relación del individuo consigo mismo… que acusa al otro proyectando los propios conflictos no asumidos o aún inconscientes. Hasta cierto punto, es inevitable, lógico y humano, quizá demasiado, descargar la carga de odio y de resentimiento sobre los demás. Así uno se ahorra el trabajo de darse cuenta de lo propio y cambiar. Se cambia de trabajo, de pareja, de socio… hasta que la historia vuelve a repetirse. En cambio, si una persona va aprendiendo a relacionarse bien, o mejor, consigo mismo, no hay conflictos definitivos ni insuperables. Ya no le pedimos, no le exigimos al otro lo que sabemos darnos a nosotros mismos. En la medida en que uno viva en paz y gozo (relativos) su propia soledad, le es lícito compartir su vida con alguien. De no ser así, sin soledad previa, las crisis pueden ser trágicas. Sólo cuando estamos presentes a nosotros mismos, hacemos presentes, existentes, reales, a los “otros”. Cuando vemos al otro como un espectro es que nos sentimos “fantasmas”…

– Dime algo acerca de las “casualidades”…

– Para el psicoanálisis de Jung y de Freud, como para el “autoconocimiento” de Machado (que es otro gran maestro del inconsciente), el punto de partida son los sueños. El azar, aquella “coincidencia significativa” que me hace exclamar: “¡Qué casualidad!”, y que, por tanto, me afecta emocionalmente, es paso al “otro” mundo, al mundo donde lo que está más allá de la conciencia se hace presente y se deja entrever, adivinar. El azar, para mí, es presencia de “mi” Dios, de mi realidad, de mi identidad inconsciente, en mi vida. Los distintos “azares” son como hitos en el camino que me dicen que no voy perdido del todo, que estoy en mi camino, que “algo” acompaña… “Lo llamo azar para no llamarlo providencia”, decía Simone Weil. El “Dios y Padre” de Jesús se comunica discretamente a través del azar. En realidad, somos hijos del gran Azar y en el azar se nos presenta nuestro origen, nuestro destino… Quizá también nuestro fin. Adentrarse por él, activa y contemplativamente te lleva a una aventura sin límites. Ahora bien, genera muchas resistencias. Lógico. Nos gusta controlar. Y el azar es inmanipulable.

Hay algo horrible en eso de programar los nacimientos, de “no dejar nada al azar”. Me fue dado discernir a tiempo que el azar no existía. Que existía una ley honda que enlazaba el interior con el exterior. ¿Cómo explicarlo? No importan las explicaciones, importa la constatación. ¿Mi camino va hacia el centro, por lejos que esté de él? El azar acompaña e indica la dirección. ¿Recuerdas aquel fragmento de los Hechos de los Apóstoles donde se narra la elección del sucesor de Judas? Había dos candidatos que satisfacían las condiciones impuestas en su particular “curriculum vitae”. Había, pues, que elegir. ¿Cómo? Solución: una moneda al aire acompañada de una plegaria. Creo que era práctica no inusitada en el primitivo cristianismo. Y ciertamente era de rigor en el profetismo de Israel. “Aún luchamos paso a paso con el gigante Azar y sobre toda la humanidad no ha reinado más que el absurdo, el Sin sentido”, dice un Nietzsche muy inspirado. Según él existía un cielo que lo cobijaba todo, un cielo de inocencia y de alegría últimas, al que se accede por el “gran azar”. El azar es como un guiño cómplice de nuestro Origen olvidado, una minúscula manifestación de nuestra real identidad, un pequeño agujero en el bloque de la “normalidad” por el que se puede vislumbrar un universo maravilloso, desconocido, todo él hecho de armonía y belleza.

Pongo un caso: ¿recuerdas el día que se subastó aquel cuadro de Van Gogh, los Girasoles, por una suma de miles de millones? El cuadro que había alcanzado hasta el momento el mayor precio en una subasta de arte correspondió al pintor más pobre de la historia del arte, que sólo vendió un cuadro en vida. Eso sucedió… el 30 de marzo de 1987, es decir, en el aniversario del nacimiento de Van Gogh (puedes comprobarlo en cualquier hemeroteca). Que yo sepa ningún periódico se dio cuenta. ¿Crees que fue un azar? ¿O un acto de aquella justicia inmanente en la que Rilke y Rodin creían? Hay demasiado significado para atreverse a decir… “fue una pura casualidad”. ¿Casualidad que Miró y Chaplin murieran justamente el día de Navidad? ¿Casualidad que en el 18 de julio de cada año en nuestro país se den los aniversarios de dos dictaduras, la del conocido general y la dictadura religiosa del Vaticano? El 18 de julio de 1870 se proclamó la jurisdicción universal del obispo de Roma sobre todas las diócesis del mundo…(Si esto es verdad, ¡cuánta fuerza poética, creadora, cuánta energía espiritual ha de existir en este país, absolutamente reprimida!) ¿Nos creemos “casualidades”? ¿Casualidad o destino es nuestro código genético? Todo, incluso creer en el azar, es cuestión de creencia. Yo he optado por la otra, por no creer en el azar, por buscarle un sentido: el azar, como el absurdo tienen, son, sentido, aunque oculto. Y la verdad, me hace feliz… Me hace habitar en un universo con progresivo significado, con un progresivo sentirme “más en casa”. Cuando el azar anda por medio significa que el inconsciente con toda su energía y sabiduría cuenta con uno. “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.

– ¿Y la política y los políticos?

– Seguro que no son pocos los que practican honestamente ese difícil arte. Y esos “no pocos” realmente lo son, es decir, se dedican a la “polis”, a la ciudad, así se dice en griego. (¡Ojalá cuidaran más de los que están en el campo, en la no polis!). Pero, por lo general, y dejando a un lado esas contiendas verbales, de promesas al aire -un juego en que se miente, pero no se engaña a casi nadie-, creo que la política se mueve demasiado en los viejos esquemas de las fronteras, de la competición, de la conciencia sin inconsciente y sin profundidad. Los políticos no suelen regirse por sueños e intuiciones, como los antiguos arcontes, sino por estadísticas, cosa que puede ser muy científica, pero que es poco seria. Ciencia sin conciencia, política sin sabiduría…: otra vez el número, la masa, las masas. La sensación es que la clase política se mueve en un mundo hecho a su medida, que no es real. Se convierten en representantes de representantes que, a su vez, son representados por otros: un conjunto algo fantasmagórico y desleído, ¿verdad?… Cuando no se tiene en cuenta al inconsciente, en este caso colectivo, éste actúa como el viejo diablo: posee. Lo que se ha llamado “corrupción” no ha sido quizá más que “posesión por la sombra”, al no ser tenida en cuenta. Creo que se trata más bien de ingenuidad .La ingenuidad de quien cree que el inconsciente sólo existe en los libros de ciertos patólogos.. Volvamos al azar: se dice que “España va bien”¿ Recuerdas que el 31 de marzo del 97 descarriló un tren que partiendo de Barcelona se dirigía a Irún? Se llamaba el Miguel de Unamuno. Ocho horas después, ya uno de abril, un talgo llamado Antonio Machado que iba de Barcelona a Madrid, descarriló en idénticas condiciones en Guadalajara.. Recuerdo que Machado escribía a Unamuno: “Desde estos páramos se contempla la barbarie española y aterra… Si nuestra alma es incapaz de luz propia, si no queremos iluminarla por dentro, la barbarie y la iniquidad perdurarán”… Quizá fue una advertencia de ese inconsciente común, de esta alma colectiva. Quizá en el orden de la realidad, estamos descarrilando. Quien tenga oídos para oír…

Lo cierto es que el poder real está en la conciencia que escucha la voz de lo hondo y así, como oyente y servidora de lo más poderoso, permanece. El poder se encuentra en cada individuo, en su propio inconsciente. El poder sigue estando… en las manos de Dios, aunque de forma muy distinta a como lo pensaban muchos entes religiosos. La cuestión está -oh pedagogía, oh educación, oh “eso”- en que el individuo tenga acceso a su propio Poder. No creo que el poder oficial, con minúscula, democrático o no, religioso o ateo, se lo facilite… En realidad, le hace la competencia. Y no nos confundamos: lo contrario de la dictadura no es la democracia (que puede convertirse en una dictadura de Estado); lo contrario de la dictadura es…el poeta

– ¿Por dónde va el sentido de la vida?

– ¡Menuda pregunta! Pero te voy a dar una pista. Lee ese libro fascinante que se llama Cartas a un Joven Poeta de Rilke. Léelo despacio, como si estuviera dirigido a ti. Allí se hace presente el sentido con mayúscula. Está, no tanto en lo que se dice como en el tono como se dice. Es mi quinto evangelio. Y, en cierto sentido, fue el primero. Después de muchos años de leer, estropeándolos, los otro cuatro desde el poder.

O quizá te lo diga con la Odisea: quizá vivir sea regresar a una Itaca feliz donde nunca hemos estado. Justamente con esa paradoja: regresar adonde nunca hemos estado. Regresaremos, llegaremos, ¡claro que llegaremos! Alguien llegará, quizá haya llegado ya, y con él todos. Penélope espera tejiendo y destejiendo. Es paciente. Y sabe que, al fin, Ulises entrará por esa puerta.

-Sobre la experiencia mística…

– Creo que es algo connatural al ser humano. En la medida que nos dejamos llevar por la intuición y la inspiración, en la medida que descubrimos nuestras “ganas”, en la medida que sepamos noblemente, humanamente vivir la tristeza de la oscuridad, nos estamos preparando para esa experiencia, experiencia de lo feliz sin “peros”, sin techo: sentirse acompañado, amparado, vinculado, conocido, estimulado desde dentro… mientras nos enfrentamos poco a poco en solitario con los hechos, cuando no los esquivamos o esquivamos menos los retos de la vida, cuando dejamos de culpar a otros y de culparnos a nosotros mismos. En la medida que creamos en la inocencia de lo real…

– ¿No te parece que estamos viviendo un momento…?

– …apasionante. Es el inicio de una nueva época, estimulante, arriesgada. El poder está en el poeta, en el ser humano creador, en el Único. A esa luz reinterpretar la historia, la religión, la política, la medicina, la antropología y, sobre todo –sobre todo–, la propia biografía. Al encontrarnos con nuevas paredes, con nuevos obstáculos, seguiremos palpando para encontrar nuevas ventanas, nuevas puertas, nuevos caminos. Algo dirige, acompaña…y sonríe entre tanta aventura, entre tanto laberinto. Por suerte, está el Espíritu; por suerte, están los muertos, esas fieles presencias que acompañan. Por suerte, están esos poetas, cálidos, próximos, que enseñan a admirar, a gustar, a descubrir tanta belleza oculta… Por suerte, está el recuerdo de Jesús de Nazaret y la presencia actuante de nuestra realidad oculta… Hay mucha oscuridad, sí, pero la luz no falta. Que no nos falte.

– ¿Cuál sería tu última palabra?

 – “Llevamos en vasos de barro un tesoro”, dice Pablo. A veces el barro es fango y lodo que hay que poner a secar. Pero no importa demasiado el recipiente. Lo que importa es descubrir la propia intimidad, ahondar en el recuerdo, los momentos felices (basta con uno), ver que siguen ahí, contemplarlos, saborearlos, para darse cuenta de que el propio ser es felicidad, que está ahí; no tenerle miedo a la inmensidad. Reposar en ella. Saborear ese gozo sutil que surge en momentos de silencio, de no hacer nada… Intimidad e inmensidad van juntas, crecen juntas, se ahondan mutuamente, son inseparables…Una inmensidad sin intimidad aplasta y una intimidad sin inmensidad aburre. O sea, que la inmensidad sea cada vez más íntima; que la intimidad sea cada vez más inmensa. Y la paz se hará…