Retrato Biográfico de Oscar Wilde


Más allá de la comedia y la tragedia.

La pregunta inevitable:

¿Quién fue el que empezó llamándose Oscar Wilde, identificándose sucesiva o simultáneamente con Apolo, don Quijote, Nerón, Francisco de Asís, Dionisos, para acabar sus días en un rincón perdido de París, desamparado, vagabundo y pobre, oculto bajo el nombre de Sebastián Melmoth, héroe errático de una ficción literaria? ¿Un artista, un dandy, un esnob, un profeta, un mártir de la homosexualidad declarada y reconocida, un terrorista de las costumbres contra el puritano imperio de la mujer más poderosa de la tierra, que no en vano se llamó Victoria? ¿Un sabio de la vida y de la paz?

Ocas Wilde, el hombre más famoso e infame de su tiempo, fue juzgado por todos, unas veces absuelto, otras condenado. Él, en cambio, no juzga a nadie. Desde su rincón del cementerio parisién de Père Lachaise donde hace casi un siglo que aprende a estar muerto, ni absuelve ni condena.

Fraterniza simplemente con todos aquellos que más allá de ideologías, militancias y conceptos, a menudo andando contra corriente, quieren experimentar a fondo sus últimas fuerzas y potencias:

“El misterio supremo es uno mismo –escribió Wilde en la cárcel-. Cuando uno ha pesado el sol en la balanza, medido los pasos de la luna y trazado la carta astrológica de los siete cielos estrella por estrella, aún queda nuestro propio ser. ¿Quien puede calcular la órbita de su alma?

Esta afirmación, que en definitiva, sustenta su vida y su obra –el laberinto de una, la brillantez de la otra-hace de Oscar Wilde para nosotros un clásico. La órbita de su alma ha llegado por misteriosos caminos hasta nosotros y nos lo convierte en profeta de la vida, anunciador de las fuentes del gozo y del placer, pionero de una humanidad más dichosa y , por consiguiente, más fraterna. Ante Oscar Wilde es plenamente válida la advertencia de Goethe: “Guardémonos de considerar sólo el aspecto moral de las cosas, porque todo lo grande caduca”. Y a lo grande pertenece el destino de Oscar Wilde en lo que lo real perforó el absurdo y el ser irradió en la terrible oscuridad de una prisión con nueva luz y fuerza. En ese destino una existencia humana fue agarrada, muy a pesar suyo, por los cabellos para convertirse en portavoz del espíritu y de la totalidad. Y así Oscar Wilde es aquel que por tortuosos caminos de escritor y hombre de mundo y de placeres denunció la sociedad de su tiempo como cárcel y que, en la cárcel y a través del dolor, realizó el descubrimiento decisivo, el que justifica dolores y absurdos, aquel que de no realizarse hace que la existencia sea un pesado concierto para instrumentos desafinados.

Hacia el alma en tiempos desalmados nos conduce Oscar Wilde:

“Conócete a ti mismo era la trascripción que se leía sobre el pórtico del mundo antiguo. Sobre el pórtico del nuevo se leerá: Sé tú mismo. Éste es el verdadero secreto de Cristo”

Escribió en su día, mostrándonos el suyo propio.

Fragmento de “Más allá de la comedia y de la tragedia” que pertenece a la colección Papers de l’Exili i dels Retorn de Antoni Pascual Piqué